martes, 21 de agosto de 2007

Lo que se aprende un día en el hospital

Una puede ser ignorante una temporada, por momentos o toda la vida, quizás sea debido a una falta de curiosidad o cosa de esta sociedad comodona y consumista que nos lo da todo hecho.
Pero no siempre nadamos en la ignorancia, de recién nacidos no nos queda otro remedio que aprender para sobrevivir y a los pocos meses de vida ya controlamos que no se nos caiga la cabeza y el tronco. Mientras el mono salta por las lianas y la hormiga carga hojas y pan para la comunidad nosotros aprendemos a sentarnos .Posteriormente llegamos a la reptación, al gateo, a la marcha erguida y a la manipulación de objetos mientras los seres de otras especies ya son abuelos. En una segunda etapa y sin perder el ánimo aprendemos a movernos y a hablar y cuando llegamos a ese punto en que nos diferenciamos de las bestias, a veces lo dejamos ahí.
Si tenemos suerte y nacemos en un país que no sufre hambre o malaria podemos transitar por escuelas que nos explican donde están los ganglios y los papilomas, pero igual tú no lo consideras interesante y pasas. Seguimos creciendo si todo va bien y te haces mayor y más mayor y un día tienes que ir al medico y te dice que te tienes que operar de algo. Entonces te deprimes, te preguntas sobre ti mismo, piensas en la vida y la muerte, lo que hiciste y lo que dejaste de hacer, te dan ganas de echar a correr pero vuelves a la consulta.
- Entonces, doctor, ¿Qué es lo que tengo?
- Usted tiene una hiperplasia de los ganglios con papiloma incluido.
Y te quedas fría. El médico te lo explica de nuevo, le dejas hablar y te saca una placa que pone sobre una luz. Y tú que tenías una vida con tu trabajo, tus preocupaciones, tus días de playa y tus cristales sin limpiar te quedas reducida a un bulto negro con manchas blancas que hacen sombra en la pared.
- Aquí puede usted ver como tiene el papiloma ligeramente desviado y a punto de formar una irrigación crónica con las células del coxis. Pero no se preocupe.
Sales de la consulta como una judía a punto de entrar en la ducha y caminas hacia tu casa viendo una ciudad distinta a la que conoces, te fijas en las tiendas y en las gentes ignorantes de sus ganglios, de su vida, de su destino y haces un doctorado de filosofía en el trayecto del ambulatorio a tu casa. No dices nada a nadie para sufrir en soledad y pones unas patatas a cocer. Te falta sal y decides pedírsela a Marta, la vecina de enfrente. Marta es una mujer viuda de 70 años que cuida de su madre y una tía a punto de cumplir los 90 y que apenas duerme por las noches. Hoy está encantada porque por fin le arreglaron el grifo que perdía.
Piensas en todas las Martas del mundo y en el número infinito de ganglios y células despistados que nos pueden hacer la vida imposible en un momento y haces una visita al hospital, la segunda casa de mi prima Cristina; experta en reanimaciones, vasos medio llenos, anestesias y risas y de paso te enteras de lo que es un ganglio, un papiloma, una hiperplasia y hasta una conización.
Lo que se aprende un día en el hospital.