La joven acusada de adúltera y ejecutada por islamistas en Somalia tenía 14 años
LALI CAMBRA - Ciudad del Cabo - 01/11/2008
Ni era una mujer, ni tenía 24 años, ni era una adúltera. Si hay un país en el mundo en el que lo malo se convierte en peor, ése es y desde hace décadas, Somalia. Y la historia de Asha Ibrahim Dhuhulow, la supuesta mujer de 24 años lapidada en público el pasado lunes en la ciudad portuaria de Kismayo, es sólo un reflejo. Porque no era mujer, sino casi niña. Asha no tenía 24, sino 14 años. No había cometido adulterio. Había sido violada por tres hombres del clan más poderoso de la ciudad. Ayudados por el tribunal islámico impuesto por las milicias integristas de Al Shabab, la muerte a pedradas de la menor sirvió para borrar todo rastro del crimen.
Una hora antes de que la ejecutaran, Asha logró llamar a su padre
Padecía epilepsia y necesitaba ser tratada, pero la guerra la atrapó
Fue engañada por sus agresores y de denunciante pasó a denunciada
Algunos testigos intentaron ayudarla, pero abrieron fuego contra ellos.
Asha no sólo murió víctima. Nació víctima ya. En el campo de refugiados de Hagardeer, en el sur de Kenia, en 1995, donde su familia tuvo que refugiarse tres años antes, huyendo desde Mogadiscio de los ataques contra su clan, el de los Galgale, una minoría en Somalia. Fue la última en nacer, la decimotercera de seis hermanos y seis hermanas, según explicó Ibrahim Dhuhulow, el padre de la niña, por teléfono.
Con la voz quebrada, Dhuhulow relató que Asha, que acudía a la escuela en el campo de refugiados, padecía epilepsia, por lo que la familia decidió enviarla con su abuela en Mogadiscio, donde podría recibir mejor atención médica. Kismayo estaba en su camino. Pero no contaban con la sempiterna guerra. En agosto, las milicias integristas de Al Shebab se hicieron con el control de la ciudad. Asha, "una niña muy dulce, muy humilde", se quedó atrapada en Kismayo, donde pudo sobrevivir estos dos meses gracias a los conocidos que había hecho en el camino. El dinero para llegar a Mogadiscio se le acababa, según decía a su padre por teléfono. La noche del sábado, tres hombres se le acercaron y la obligaron a acompañarlos a la playa, donde la violaron.
Bajo consejo paterno, ella acudió a los tribunales y denunció a sus violadores, que fueron arrestados. Y aquí se inicia, según declaraciones de Ibrahim Dhuhulow, la serie de desatinos que acabarían con la niña atada y enterrada hasta el cuello, lista para la ejecución.
Una hora antes de que la ejecutaran, Asha logró llamar a su padre. "Me dijo: 'Papá, soy tu hija, me van a matar, por favor, diles que me perdonen'. Le pregunté quién la iba a matar y por qué alguien iba a hacer algo así. Me dijo que el hombre a su lado no le permitía decirme las razones. Le pedí hablar con el hombre. Le pregunté: '¿Quién eres tú?, ¿por qué vas a matar a mi hija?'. Me contestó que no me podía responder a eso, 'pero que sepas que tu hija va a ser lapidada en una hora'. Me desmayé".
De acuerdo con la reconstrucción que el padre y los conocidos de Asha en Kimbayo han podido ir haciendo de los hechos, los familiares de sus agresores la convencieron con buenas palabras para que acudiera al tribunal islámico, retirara su acusación y perdonara a los tres hombres. Le darían dinero y joyas. Ella accedió, pensando que podría llegar a Mogadiscio con el dinero. Mientras, los mismos familiares acusaron a Asha ante el Tribunal Islámico por extorsión. Cuando Asha, en su inocencia, retiró la denuncia, fue arrestada y acusada de adulterio, de mantener relaciones sexuales sin estar casada.
"No le preguntaron nada, no trataron de hablar con ella, ni siquiera la visitó un médico", asegura Hassan Shire Sheik, director del Proyecto de Defensa de los Derechos Humanos en el Este y en el Cuerno de África (EHAHRDP). "Se hacen llamar tribunales pero no tienen ningún conocimiento legal". Shire Sheik confirma las palabras del padre de Asha según las cuales la niña se quedó sin defensa alguna también por el carácter minoritario de su clan, que no posee armas.
Un millar de personas que se acercaron al estadio de fútbol de Kimbayo, a los que se les dijo que se iba a lapidar a una mujer de 34 años, prostituta, bígama, adúltera. Pero pudieron ver y oír a Asha antes de que le cubrieran la cabeza con un capuchón. Asha la niña protestaba su inocencia. Unos cuantos trataron de romper filas y acudir en su ayuda.
Los milicianos integristas abrieron fuego contra la multitud. Mataron a un niño. Otras seis personas resultaron heridas. Por ello, posteriormente, los islamistas se disculparon y aseguraron que buscarían a los responsables de los disparos. No por las piedras, transportadas hasta el estadio en un camión. Nadie más se atrevió a proteger a la pequeña. Cincuenta hombres rodearon a Asha, la cubrieron la cabeza en un capuchón sollozante, e iniciaron el lanzamiento de proyectiles.
Hasta tres veces tuvieron que interrumpir la ejecución para comprobar si la niña todavía vivía. "Mi niña iba a la escuela, mi niña iba a ver a su abuela, no sé qué tipo de ley permite matar a una niña de catorce años", se desespera Ibrahim Dhuhulow, que sabe que algunos testigos dicen que parecía que la niña tenía problemas mentales y le duele pensar que pudo haber tenido un ataque epiléptico sin ser asistida por nadie más que por sus verdugos.
No es, curiosamente, en el Corán donde se incluye a la lapidación como castigo. No hay ni una sola palabra sobre ello. Sí se recoge en la Biblia, en el Deuteronomio, heredada de la tradición judía y reservada, entre otra, a las adúlteras. "Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra", son palabras atribuidas a Jesús de Nazaret, ante el caso de una mujer adúltera a la que se quiere lapidar. Y es que los que tiraban la primera piedra eran los acusadores. Si se descubría -tarde- que el condenado era inocente, podían entonces culpar a los acusadores no sólo de perjurio, sino también de asesinato.
En África no son muchos los países en los que se practica. En Somalia, hasta el caso de Asha era inexistente. Sudán la incluye en su legislación, así como los estados del norte de Nigeria, donde la práctica de la Sharia entra en conflicto con el sistema legal del país federal. El Islam practicado en el norte de Nigeria viene patrocinado desde Arabia Saudí.
Ahí se han producido algunas de las condenas más famosas, como la de Safiya Hussaini, condenada a morir lapidada por adulterio en 2001. Pero Nigeria, a pesar de la fuerza del islamismo en el norte, fue sensible a las presiones internacionales y a las del Gobierno central, que lucha por ganar una imagen de control y respetabilidad. Al final, ni Safiya ni Amina Lawal, otra famosa víctima de la estricta aplicación de la Sharia, fueron lapidadas.
Irak practicaba esta forma de castigo, al igual que Irán. Este último suspendió los apedreamientos a muerte el pasado mes de agosto, después de que en 2002 decidiera aplicar una moratoria. Fue en Irán donde se recomendó que la piedra utilizada en las lapidaciones "no fuera demasiado grande como para matar inmediatamente, ni demasiado pequeña como para no considerarse piedra". Pakistán la sigue incluyendo en su código penal, aunque no se han documentado casos recientes. Los Emiratos Árabes y Arabia Saudí la siguen contemplando en su jurisprudencia.