Llamaron al timbre.Tosía. En estado penoso, puse una camiseta curiosa y me miré al espejo con lástima, serían las 10 de la mañana y no había ido a trabajar. Era el técnico, un joven hombre impecablemente vestido de azul marino, con pantalones llenos de bolsos útiles donde colgar herramientas y mirada prudente.
-Buenos días.
-¿Desde cuándo sale agua?-Se avecinaba un interrogatorio.
-Desde ayer, no estoy segura.
-La veo muy mal-No sabía si hablaba de la caldera o de mí misma.
-¿Pero tendrá arreglo?-dije con palpitaciones.
-Veremos.
-El problema está en el tubo, hay que picar para que no entre agua y dejarlo en posición ladeada.
-¿Y eso lo puede hacer usted mismo?
-No señora, yo arreglo la caldera.
Pensé en lo que me costaría que algún acróbata se deslizara por la pared del edificio para colocar un tubo exterior, pero me tranquilizó.
-Lo puede hacer desde dentro, pica la pared , una rebaja lateral y lo coloca , lo refuerza bien y está. Pero fíjese que está oxidada.
-¿Es casi nueva? –dije con mirada suplicante.
-El agua y la electrónica se llevan mal -dijo lapidario.
-Son 150 euros. Le recomiendo que se asegure. Al año son 72 ,07 euros y tiene derecho a la revisión y a la salida y…
Con la neurona que me funcionaba abrí el grifo y disfruté de una ducha caliente, mientras pensaba en los 120 euros que podrían ser 150 si no nos hubiésemos asociado a sabe dios qué, y seguí tosiendo.