sábado, 16 de febrero de 2008

La vida es un derecho no un deber

Domingo, 13 de mayo de 2001
Un derecho de libertad
SALVADOR PÁNIKER
Salvador Pániker es filósofo, escritor y presidente de la
Asociación Derecho a Morir Dignamente.

La eutanasia voluntaria -y subráyese lo de voluntaria- es
sencillamente un derecho humano. Un derecho humano de la primera
generación de derechos humanos, un derecho de libertad. Un derecho
que se inscribe en el contexto de una sociedad secularizada y
pluralista en la que se respetan las distintas opciones personales.
El núcleo de la cuestión es que cada cual pueda decidir por sí
mismo, desde su plena capacidad jurídica y mental, o, en su defecto,
a través de un previo testamento vital, cuándo quiere y cuándo no
quiere seguir viviendo.
El tema no es nuevo. Lo nuevo es hoy un amplio clamor social,
resultado de una mayor conciencia de los derechos del enfermo, de un
envejecimiento de la población y de que la misma medicina es capaz
de prolongar la vida humana en condiciones muy poco humanas. Ello es
que la vida no es un valor absoluto; la vida debe ligarse con
calidad de vida, y, cuando esta calidad se degrada más allá de
ciertos límites, uno tiene el derecho a 'dimitir'. En España, las
últimas encuestas del CIS dan como resultado que casi un 70% de la
población es partidaria de despenalizar la eutanasia activa cuando
el paciente lo haya solicitado reiteradamente por sufrir alguna
enfermedad irreversible con padecimientos insoportables.
Alegan algunos detractores del derecho a la eutanasia voluntaria que
con los adelantos de la medicina paliativa y del tratamiento del
dolor el tema ya está resuelto. A esto hay que contestar que, en
primer lugar, bienvenida sea la medicina paliativa y el tratamiento
del dolor, pero que desgraciadamente queda mucho camino por recorrer
en esta dirección, y que en todo caso la última palabra y la última
voluntad le corresponden al enfermo. Además, la experiencia y las
estadísticas confirman que en las peticiones de eutanasia, mucho más
que el dolor físico cuenta el sentimiento de que uno ha perdido la
dignidad humana. En rigor, cuidados paliativos y eutanasia no sólo
no se oponen, sino que son complementarios. No debe haber eutanasia
sin previos cuidados paliativos, ni cuidados paliativos sin
posibilidad de eutanasia. Más aún, si el enfermo supiese que tiene
siempre abierta la posibilidad de salirse voluntariamente de la
vida, las peticiones de eutanasia disminuirían. Porque esta 'puerta
abierta' produciría un paradójico efecto tranquilizador: uno sabría
que, al llegar a ciertos límites, el horror puede detenerse.
En la actualidad existe todavía mucha confusión sobre qué clases de
eutanasia existen y cuáles son admisibles legalmente. La deontología
médica reconoce ya el principio del 'doble efecto' (acortamiento de
la vida por aplicar medidas adecuadas), y aconseja tener en cuenta
la voluntad del enfermo. Cada vez está más claro que la llamada
eutanasia pasiva no es más que práctica médica adecuada. Ahora bien,
conviene entender de una vez -en contra de las voces demagógicas que
plantean la cuestión en blanco y negro- que, en las situaciones de
eutanasia activa, la alternativa no es entre vida y muerte, sino
entre dos clases de muerte: una rápida y dulce, y otra lenta y
degradante. Por otra parte, allí donde hay transparencia informativa
-caso de Holanda- es donde menos abusos se producen.
Desgraciadamente, en cambio, un gran silencio cubre todavía la
práctica de las eutanasias clandestinas y no voluntarias en la
mayoría de los países. En España sería muy conveniente, a ese
respecto, una verdadera encuesta (libre y sin coacciones) entre
médicos y personal sanitario.
Todo el mundo dice querer respetar la dignidad y la autonomía de los
enfermos. Hay incluso un principio de bioética que lo prescribe.
Ahora bien, ¿cómo puede obligarse a un enfermo a vivir en contra de
su voluntad? ¿Qué hacen con la dignidad los portavoces de la lucha
ideológica contra la eutanasia? Suelen ser esos portavoces gente de
la Iglesia o del Estado, herederos de quienes durante siglos han
sofocado la libertad individual en nombre de alguna coartada
colectiva. A uno le parece respetable que alguien rechace la
eutanasia en nombre de sus creencias religiosas; lo que no es
tolerable es que se quiera imponer esa determinada ideología al
conjunto del cuerpo social. Nuestra sociedad es pluralista. La
dignidad es un valor reconocido, pero que sólo se concreta
individualmente. La vida de cada cual pertenece a cada cual, y,
desde un punto de vista jurídico, debe ser superada la ficticia
confrontación entre derecho a la vida y derecho a la libertad. La
vida es un derecho, pero no un deber. La reciente ley de Holanda,
las iniciativas en diferentes comunidades autónomas de España sobre
'voluntades anticipadas', todo apunta en una misma dirección: es
hora de conceder al ser humano la plena posesión de su destino.

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