Tirada en el sofá
he leído la carta de despedida de Virginia wolf
a su esposo.
El epitafio que Leonard Wolf
hizo poner bajo el árbol donde enterró sus cenizas:
" Me arrojaré en tus brazos, indestructible
y sin rendirme, Oh, Muerte"
La cita es de ella. De su libro "las Olas".
Envuelta en su abrigo de pieles
caminó hacia el río.
De vez en cuando se detenía.
Se inclinaba para recoger un pedrusco.
Lo metía en su bolsa
y continuaba andando.
Cerca del río, Leonard encontró su bastón.
Más abajo su cuerpo.
Larga y delgada
A sus cincuenta y nueve años
apenas podía detener el temblor de sus manos
o encender todas las luces
en la hermosa residencia de su mente.
Cada día le era más difícil escribir.
Y ¿qué vida podía vivir sin escribir.
Ella, que disfrutó hasta la saciedad la encendida luminosidad de su frente?
Sus diarios reportan el deslumbre ante los hallazgos de la
lectura.
Su avidez por la palabra. La terca búsqueda de la combinación
que revelara
la esquiva belleza. El placer innombrable de decir con precisión
el atardecer, la luz del faro, el sonido de las olas,
la escena callejera.
Emboscaba el paso sigiloso de la vida
para apresarlo en la página.
Se enfrascan en el duelo a muerte por el verbo,
por la frase fragante.
Una a una las piedras llenaron sus bolsillos.
Y después fue el agua.
Una mujer sólida y fluida en la correntada fría del río.
Habrá muerto diciendo algún soneto de Shakespeare. Lo amaba
Virginia Woolf apagó su llama
como virgen prudente
indestructible y sin rendirse
al final de aquel último otoño.
¡ Ave Virginia!
Gioconda Belli