jueves, 15 de abril de 2010

Reflexión espiritual 148. Al final de la calle.

Al final de la calle, hay un edificio vacío que los buitres del ladrillo derribarán dentro de poco para sacar tajada. Un edificio de casas modestas y locales abandonados esperando la lotería de la especulación. Desde hace unos meses un mendigo de unos 30 años, envejecido por la miseria y la droga duerme allí. Su casa son unos cartones gigantes formando una especie de cubículo -habitación. A partir de las ocho de la noche lo encuentras acostado, tapado con mantas de cuadros vistosos.Casi siempre que paso está inmóvil.
Pero ayer se movió, estaba haciendo sitio para el perro que se acurrucaba feliz en aquel piso piloto de 2x1. Me recordó el Tombuctú de Paul Auster:
”No se quejó de no haber comido en treinta y seis horas; no olfateó el aire en busca de olor a hembra; no se paró a mear en cada farola. Se limitó a caminar al lado de Willy. Míster Bones no sólo era el mejor perro sino el único amigo de Willy”.