Ayer estuve en Correos, una oficina moderna con una pancarta digital y una máquina donde coger números. Hacíamos cola pacientemente 10 o 15 personas con mirada ausente; no me imaginaba encontrar niños con la carta de los Reyes Magos en la mano, creí que todos estarían en las grandes superficies.
Supuse que aquella joven madre tendría que enviar un paquete y aprovechó .Así que allí estaban un niño y una niña de tres y cinco años aproximadamente, corriendo de un lado para otro con ataque de nervios, mano alzada y sonrisa epiléptica estrujando la maravillosa carta. La pizarra marcaba el 160 y mi número era el 173 así que recordé mi correspondencia con Aliatar, el príncipe cartero y excéntrico ,vestido de verde y plata con sombrero de plumas y piedras preciosas que podía ser hasta negro.
Nunca me planteé de donde vendría , porque el Oriente no tenía nada que ver con el mapamundi, pero venía de un país inmensamente rico y eso era lo importante, porque podía incluir en la carta todos los juegos y muñecas que existieran en el mercado sin cargarme de culpa. Alguna vez pensé en la sobrecarga de los tres camellos, pero alguien hablaba de un tren, por lo menos sería un “talgo “, lleno de regalos para todos. Como eran ricos yo pedía todo lo que se me ocurría, aunque misteriosamente siempre aparecían pañuelos y calcetines que no estaban en la carta.
De aquella, la televisión era demasiado nueva y lejana , pero teníamos la radio, y Aliatar además de tener propiedades divinas, como estar en todos los grandes almacenes a la vez, tenía una que era la más fantástica, salía en radio Asturias saludando a los niños por su nombre y apellidos. Así que jamás podré olvidar aquella víspera de reyes,cuando el príncipe Aliatar nos nombró a mi hermano y a mí recomendando que fuésemos buenos y dejándonos con insomnio para los restos. Nunca lo olvidaré.
Seguiré escribiendo cartas a Aliatar , mi príncipe de colorines.