Vivo en un segundo sin ascensor y una de las ventajas de subir escaleras son los olores del mediodía. Ese olor a pote, a lentejas o verdura que atraviesa las puertas de los vecinos recordándome los placeres de los cocidos. Me gusta, me trae buenos recuerdos y me da la sensación de vivir con gente estupenda que prepara guisos. Así que en un arrebato de buenos olores pongo unos garbanzos a remojo para el día siguiente y compro todo lo que jura Arguiñano que hay que tener para que aquello salga bien. Pienso en esa sopa caldosa de fideos finos y en ese cocido de garbanzos con sus zanahorias y sus patatinas.
Mañana es el día de los garbanzos, tengo la mañana libre para dejarlo todo y mirar la pota lenta hacer flu-flu.
Es la última vez que lo intento.